viernes, 31 de enero de 2014

Medicina y psicoanálisis: relaciones peligrosas?

Texto presentado en las II Jornadas de la Red Psicoanalisis y Medicina.

Gabriela Medin. Psicoanalista. Miembro ELP y AMP.

 “La medicina me ha producido 22 años de vida pero no puede producir mi existencia.” Jean Luc Nancy.

El título de esta ponencia se me ocurrió a partir de las conversaciones y los almuerzos en Clermont  Ferrand en septiembre. Hay un encuentro posible entre la medicina y el psicoanálisis? Es posible un diálogo entre estas dos disciplinas? Cuáles serían los requisitos para el mismo?  Cómo establecerlo sin desvirtuar la especificidad de cada una, de cada discurso? Qué hace un psicoanalista entre médicos , cuál es su campo de intervención? Se trata de psicoanálisis aplicado?
Vengo trabajando como psicoanalista, con pediatras desde el año 1991 cuando comencé mi residencia, y estas preguntas así como las discusiones que suscitan me conciernen. He pasado por distintos intentos de respuesta según los momentos de mi clínica y los momentos de mi propio análisis.
Por otro lado, desde entonces y hasta ahora, los avances de la medicina y el acceso a nuevas técnicas de diagnóstico y tratamiento, que han hecho avanzar las fronteras de la intervención médica y han modificado la función del médico, me plantean nuevos interrogantes teóricos y clínicos. Los avances en biología molecular y en el campo de la genética han posibilitado la cura de muchas enfermedades, pero han generado nuevos dilemas a los profesionales de la salud.

La ciencia avanza produciendo saber sobre lo real, para la ciencia hay un saber sobre lo real y lo que aún no se sabe, podrá saberse en el futuro. Sin embargo siempre hay un agujero en ese saber sobre lo real, a la par que avanza, la ciencia produce un real a su medida. En efecto, médicos y psicoanalistas tenemos en común el encontrarnos con el agujero de lo real. Sin embargo en el Seminario XXIII El sinthome, Lacan plantea que “ no es el mismo trozo de real” el que emerge con la ciencia que con el psicoanálisis. Avanzar en la precisión de este punto nos compete a nosotros los psicoanalistas.

En Radiofonía, Lacan plantea que “La ciencia constituye una ideología de la supresión del sujeto” (Otros Escritos pag 460). ¿Qué podemos decir de esto, hoy?
El médico actualmente se encuentra frente a la demanda social y de las sociedades científicas (o sea sus pares) de ser un buen científico. Hacer medicina es hoy sinónimo de hacer ciencia. El desarrollo de la medicina basada en la evidencia, si bien ha ayudado a formalizar ciertos aspectos de la clínica , ha fomentado una cierta expropiación de la misma, ya que lo que pone en valor es la cantidad de artículos leídos y publicados. El acto médico mismo está sometido a la evaluación, con las estadísticas y las valoraciones de los “gerentes” de los hospitales.
Al mismo tiempo, se ha producido una medicalización generalizada de la vida cotidiana, con grandes cantidades de guías y normas de prevención de riesgos y hábitos saludables. A punto tal que uno de los riesgos para el psicoanalista que trabaja entre médicos es que su praxis devenga una más en la lista de especialistas que vienen a completar el saber, o, lo que es peor, un objeto de consumo: “ Hay un accidente, hay un trauma, que vengan los psi”.
Sin embargo, otro riesgo es ubicarse tan lejos de la praxis del médico que impida cualquier acercamiento, cualquier posibilidad de trabajo en equipo. Dando además razones, a los médicos, para quejarse de nuestro no saber hacer.

Efectivamente, un primer punto para ir estableciendo diferencias, es la posición frente al saber. El discurso de la ciencia busca acceder a un saber completo, busca regularidades, busca patrones, busca construir una nosografía, trata que los síntomas hagan signo, para que puedan leerse de forma clara posibilitando una intervención precisa con el objetivo de suprimirlo y  curar al paciente. En este sentido, Guy Briole, señalaba en Clermont Ferrand que la medicina y el psicoanálisis tienen diferente posición frente al error: la medicina intenta repararlo, el psicoanálisis lo interroga. Nosotros nos interesamos x lo que no funciona, por lo que no encaja, para interrogarlo. Los agujeros en el saber, nos interesan.

Ahora bien, como analistas sabemos que el sujeto no sólo está en relación al saber sino también al goce. Lacan plantea en el Seminario XVII El reverso del psicoanálisis que “el goce es hermano de una verdad que viene a embrollar la armonía de la buena forma del cuerpo al mismo tiempo que amenaza su estabilidad. El goce que aúna el cuerpo no tiene nada de natural y es disarmónico en su relación con el entorno”. Sin sostener la esperanza en una armonía, nos interesamos por lo disarmónico. Nos interesamos por las marcas singulares de lalangue en el cuerpo. Nos interesamos por el cuerpo parasitado por el lenguaje.
El estar advertidos y orientados por lo real es lo que define nuestra posición como psicoanalistas en un hospital.
El terreno del psicoanálisis es la subjetividad, la singularidad, el uno por uno. Hacer lugar a la subjetividad tanto del paciente como del médico es una de mis tareas en el hospital.
Considero que esto es posible respetando el terreno de cada disciplina y esto  no tiene que ver con lo imaginario ni con los semblantes sino con el discurso y la ética. El trabajo del psicoanalista es no creerse los semblantes pero servirse de ellos. Es en acto que se transmite que no hay normalidad en el terreno subjetivo, que no se trata de dar pautas, de sugerir guías ni de hacer ejercicios de relajación y control de la ansiedad.
El psicoanalista y el médico trabajan con la palabra, pero es importante distinguir la sugestión de la transferencia. La lectura de la transferencia y la práctica del bien decir son compañeras de la orientación por lo real.


Qué hago en el hospital? Propongo un protocolo en el que ofrezco mi presencia y mi disponibilidad a escuchar.
Según el protocolo,  conozco a todos los pacientes de la unidad. Una vez hecho el diagnóstico médico, los pediatras me introducen como parte del equipo.
Tengo un par de entrevistas iniciales, en las que intento ubicar las coordenadas singulares de cada niño y su familia, su historia y la forma en que cada uno responde a la irrupción de la enfermedad en el  cuerpo, así como a la amenaza de muerte/pérdida que representa.
A partir de esas entrevistas se establece un lazo que se modela en cada caso particular en relación a las preguntas, los límites, las dificultades así como los síntomas que puedan surgir. Se abre, entonces,  un amplio abanico de posibilidades de intervención:  entrevistas con una madre, intervenciones con el niño, entrevistas con un hermano sano, seguimiento una vez finalizado el tratamiento o conversaciones breves en la sala de espera o en los pasillos.

Mas allá de la disponibilidad para acoger las demandas que surgen de los pacientes, y el trabajo caso por caso con ellos , tenemos también varios espacios "de practica en común ". Son espacios habituales en la práctica médica, pero en los que la presencia de otras disciplinas propician una intervención orientada por el no-todo, que apunta a descompletar la institución:
- sesión interdisciplinaria semanal. Se presentan todos los niños ingresados y aquellos que preocupan de la consulta,  tanto las cuestiones atinentes al estado clínico y el tratamiento médico como las cuestiones más singulares de cada niño o su familia. Este espacio grupal de conversación habilita también la posibilidad de poner en común impresiones acerca de las dificultades que aparecen y  las soluciones que cada niño y cada familia van encontrando, con la idea de que no hay manera normal de pasar por esta experiencia sino que cada uno va encontrando la suya y el equipo está disponible para acompañar.
-pase de visita. Me sumo un día por semana al pase de visita diario de médicos y enfermeras en la planta. Este momento de inclusión en un dispositivo puramente médico, permite observar elementos transferenciales, escuchar cuestiones que pueden ser retomadas luego con el equipo y también intervenir prestándose al juego de semblantes.
-entrevistas conjuntas con el pediatra en algunos casos. Ej cuando hay cuestiones respecto de la información no dificultades en el cumplimiento del tratamiento.

M H Brousse, en un artículo donde desarrolla las “tres dimensiones” del inconsciente imaginario , simbólico y real , afirma que “ El inconsciente lacaniano se parece más a una instalación como las que producen los artistas contemporáneos que a un cuadro colgado en una pared” [i].  Propongo pensar la intervención del psicoanalista en la institución más allá del Edipo, como una performance. Dice Ben, artista contemporáneo francés pionero en la realización de performance : ¿Qué es una performance? La respuesta es simple: antes de esto estaba el cuadro con la pintura y un día la pintura se ha derramado sobre el objeto de la vida, es el comienzo de la performance”.
Antes, con Freud,  había una intervención basada en el desciframiento, en lo simbólico, a partir de Lacan, hay un más allá del Edipo, además de lo anterior, está lo real del objeto , del goce, de la pulsión.

En el hospital, entonces, se trata de una intervención en acto, que permite apuntar a lo real en juego, introducir algo de la particularidad del caso, conversar sobre lo que a un medico en singular le sucede en determinada situación, poner palabras al malestar en la institución, etc. Estos espacios donde el discurso analítico se lleva en la bata, agujerean en alguna medida (algunas veces son solo momentos) el discurso del Amo, el discurso de la ciencia, la homogeneización , la normativización.

Qué podemos decir en relación al trabajo con los niños? Con los niños, el juego y los cuentos infantiles constituyen una parte privilegiada de la oferta. Siguiendo a Freud en “El creador literario y el fantaseo”
 “La ocupación preferida y más intensa del niño es el juego. Todo niño que juega se comporta como un poeta, pues crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas en su mundo en un nuevo orden que le agrada.” Plantea al juego como antecesor de la fantasía y destaca la necesidad de “apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles del mundo real”.
En el hospital hay estancias y material disponible para que los niños jueguen. Cuál es la diferencia de jugar con los voluntarios, los padres o hermanos a jugar  con un analista? La diferencia es la posibilidad de lectura de dicho juego y de intervención, la posibilidad de apostar a que en el despliegue del juego y en la repetición aparezca la diferencia, emerja el sujeto, se escriba y se borre. La posibilidad es que aquello que podría recaer sobre el niño como un destino, pueda dialectizarse, pueda entrar en el marco fantasmatico, pueda atenuarse su potencia traumática.

P tiene 4 años. Le han diagnosticado LLA. Es el más pequeño de una familia de 4 hermanos. Cada vez que entramos en el pase de visita se esconde detrás de su madre, le cuesta dejar que lo examinen, no nos habla. M es un niño tranquilo con unos ojos muy bonitos que motivan múltiples comentarios de los adultos. Percibo que no sólo ser objeto de tantas miradas le resulta angustiante, sino que hay algo de la mirada en juego.
Luego del alta, en la siguiente visita al hospital, entro en la consulta y me tapo la cara, diciendo, quiero hablar contigo ( a su madre) pero no quiero ver a M. Le pregunto acerca de su estancia de tres días en casa, de los otros hermanos, etc, evitando mirarlo. M se sorprende, se sonríe. Me voy y lo encuentro más tarde en Hospital de día. Repito el gesto, no quiero verlo. Se ríe. Cuando sube a planta, mientras le dan su cama. Juega a espiarme, se acerca al sitio donde me encuentro.
Al siguiente encuentro me acerco con un Kashimibai [ii], elijo un texto que contaba la historia de un elefante que temblaba de miedo cuando veía un ratón. Operación de separación de la mirada. Pantalla. Cuando ya puede moverse, comienza a salir de la habitación. Se acerca al estar de enfermería, mira y se esconde, sonriente se sustrae a la mirada del personal sanitario. Repite ese recorrido, se acerca, mira qué están haciendo y cuando alguien lo mira, se sustrae riendo.

A veces, como en la viñeta, sólo se trata de intervenciones breves que abran a una demanda,  otras de curas que empiezan y duran. En otros casos se trata de despejar junto con el médico las complejidades del cuerpo y la verificación del impacto de la lalengua en él. Esos son los casos difíciles, los casos que le hacen pregunta al médico, son casos a la vez privilegiados para transmitir a los médicos, las coordenadas de nuestro quehacer, como en el caso que presenté en Clermont Ferrand. Síntomas inexplicables desde la anatomía, dolores que no remiten, hacen pregunta al médico.  Acompañar en el transcurso de una cura  a su paciente y verificar los efectos de nuestra intervención es una oportunidad para bajar a la clínica los postulados teóricos que habitualmente discutimos acerca de las relaciones entre la medicina y el psicoanálisis.







[i] Marie Hèléne Brousse “ L´inconscient lacanien, envers de l´inconcient des familles” Quarto 88-89, pag 23-25
[ii] Kashimibai: es una palabra japonesa que significa “teatro de papel” y es una forma popular de contar cuentos en Japón. Se trata de láminas que se vn colocando en una especie de escenario , consiste en ver las imágenes y escuchar el relato sin ver ni ser visto por el narrador.

miércoles, 15 de enero de 2014

Falla del saber en su encuentro con el cuerpo: lugar de la palabra en el acto médico.

Por Elisa Giangaspro. Intervención en las II Jornadas de la REd de Psicoanalisis y Medicina.

Intentaremos recorrer dos preguntas: la primera es ¿qué es el cuerpo para la Medicina? y la segunda ¿con qué cuerpo se encuentra el médico en su praxis?
En relación con la primera, podemos decir que el cuerpo de la Medicina es el cuerpo-enfermo: la enfermedad. Un objeto muy complicado, demasiado variado y en el que operan numerosos elementos con múltiples combinaciones posibles, tantas que resulta imposible la uniformidad y la certeza que caracterizan a otras ciencias como la Física ó la Matemática. Por su carácter de ciencia conjetural y para sostener su cuerpo: su objeto de saber, la Medicina se vale de diferentes recursos. Algunos, como la Medicina basada en la evidencia, le permiten universalizar lo sabido mediante el análisis riguroso de una muestra extensa y contrastada y sobre todo, bien tratada estadísticamente; así podrá sancionar según una probabilidad suficiente. También, para minimizar las fisuras y mantenerse en el campo de las ciencias, se desarrollan algoritmos de actuaciones diagnóstico-terapéuticas, que tienen en cuenta la evidencia, que son generalizables como para servir de amparo legal y que permiten revisar las actuaciones en tanto que son obradas bajo el lema de “para todos igual”. Los protocolos son una buena herramienta para el conocimiento, conducen a los menos expertos y sirven, a condición de que el que los aplica no los considere una verdad apodíctica, válida para cualquiera y en cualquier situación. El interés del protocolo deviene de aceptarlo como un constructo del saber médico, una guía para evitar fallos en las actuaciones que corresponden en una determinada enfermedad y su validez deviene de no anteponerlos -sin excepción- ya no digamos al enfermo sino a la enfermedad en sí misma, universalizable pero tantas veces incierta.
En relación con la segunda pregunta planteada, podemos decir que el cuerpo con el que se encuentra el médico en su intervención, nada tiene que ver con el que es asiento de la enfermedad para la Medicina. No es sólo el cuerpo que describe la anatomía,  ni el que delimita la biología y que puede condicionarse, ni el que el poderío técnico actual permite transformar en imágenes. Es otro cuerpo, donde todo el saber científico no alcanza para dar cuenta de él y se muestra incapaz de dar una respuesta a lo que allí se manifiesta e insiste, con carácter excesivo, causando la perplejidad del médico. Cuando la manifestación del enfermo-cuerpo -un cuerpo hablado y en contexto- se escapa al saber sabido del médico, entra en crisis la realidad construida por el encuentro entre un cuerpo, que ignora lo que le pasa y un saber que da cuenta de él. La producción que aparece inesperadamente –fuera del registro consciente- disuelve la relación que Lacan llamó epistemo-somática, relación entre el saber articulado y el cuerpo, en la cual está completamente excluida la dimensión del goce del cuerpo. Se produce un pasaje de la relación sostenida en el saber, a una no-relación encontrada por la presencia del goce del cuerpo, donde la sorpresa, la duda y la perplejidad sentidas por el médico, denuncian que no hay armonía posible.
En un momento donde el conocimiento del cuerpo es cada vez más perfecto y las posibilidades terapéuticas son cada vez mayores, los clínicos se dan cuenta que sin embargo el sufrimiento del enfermo se escapa igualmente a sus posibilidades terapéuticas. Algo se recorta del cuerpo, hace síntoma y surge manifestando un misterio, un cuerpo no atrapable en un todo por la ciencia médica. La manifestación sintomática del sufrimiento del enfermo guarda estrecha relación con significaciones singulares, significaciones que distinguen a cada sujeto de todos los demás y que resultan inatrapables por el poder generalizador de la ciencia médica.
La emergencia enigmática de lo que aparece fuera de sentido, sin-sentido, interrumpe el sentido causa-efecto del saber médico y reclama otro modo de saber estar y otro modo de escucha. La intervención del médico no es la de un analista -no es su lugar ni su competencia- pero de sus palabras, de sus preguntas y de sus silencios al encontrarse con el discurso específico de cada cuerpo, se verifican efectos inesperados. Una disolución de los excesos de saber -que atropellan tan frecuentemente a los pacientes- una suspensión del sentido común de lo enunciado,  una destitución de los significantes que pueden nombrarnos malamente para toda una vida, hacen posible la construcción de una historia sobre el enfermar propia para cada sujeto.  Esto resumiría a mi entender, el lugar de la palabra en el acto médico.
Como corolario finalizaremos diciendo: en su praxis, el buen médico se encuentra con que su saber sobre la enfermedad ejerce una función, una noble función y que su puesta en práctica comporta una eficacia. Pero también destacaremos especialmente que, en esa praxis y siempre que ésta le cause alguna pregunta, puede descubrir lo que le falta a su saber para dar cuenta de los acontecimientos en el cuerpo del hablante y  muy especialmente, el valor que tiene la palabra en su actuación, no sólo la de su decir sino la que escucha y puede sostener en silencio.



miércoles, 1 de enero de 2014

El decir como empalme entre el sujeto y lo real de su síntoma.

Ponencia presentada en las II Jornadas Psicoanálisis y medicina

"Encuentros y desencuentros"

Leonora Troianovski
  

Encuentros, desencuentros ¿entre qué y qué? médicos y pacientes,  médicos y psicoanalistas, entre cuerpos y palabras… entre síntomas y sujetos.

Para el psicoanálisis hay un primer encuentro fundamental, que es el de la palabra con el cuerpo. Esto implica a la vez un desencuentro ya que al inaugurar la dimensión del ser, la palabra introduce todas las diferencias: el ser y la existencia, el cuerpo y el organismo, la palabra y el sentido… A diferencia de la experiencia animal que se mantiene únicamente en el registro de la existencia.

El ser hablante se conforma a partir de elementos distintos: el lenguaje, la imagen, el cuerpo. Su anudamiento permite que en el registro de la experiencia esto funcione como unidad y que sostengamos la creencia de “ser uno mismo”.

No estamos todo el día preguntándonos ¿quién soy? o ¿qué sentido tiene la vida? o ¿este brazo es mío?... Pero, estas cosas aparecen en ocasiones, y producen angustia. Podemos encontrar estos fenómenos de la experiencia subjetiva si escuchamos lo que nuestros pacientes dicen de sus síntomas. Es con esta arquitectura compleja que nos encontramos médicos y psicoanalistas.

Este hecho de estructura -esta heterogeneidad que nos constituye- es lo que hace que en un determinado momento, el encuentro con el Otro, médico o psicoanalista, se vuelva fundamental. 

Será la chance entonces de acoger lo que emerge en los cimbronazos de esa arquitectura subjetiva, bajo la forma de un síntoma –no me refiero aquí al síntoma como patología del funcionamiento orgánico.

Ese encuentro como chance, es lo que Freud llamó transferencia. Decimos que este encuentro bajo transferencia es una chance porque la característica de lo real del síntoma es generar su propio desconocimiento. Es decir que de entrada el síntoma se presenta como ajeno, extraño al propio sujeto que sólo pide que le quiten eso: las taquicardias, la anhedonia, el dolor, etc. -como que “no va conmigo”.

Muchas veces se dirige al Otro, al médico algo que está en “el borde” del organismo, un problema que sin ser de causa orgánica se vive en el registro corporal - consultas muy frecuentes por ejemplo en el ámbito de la atención primaria y la salud mental.

El psicoanálisis nos enseña que, de que esto sea acogido –o no- dependerá que ese real del síntoma entre en las redes del discurso, para poder ser tratado. Hay que subrayar que eso “real” del síntoma, no ha de confundirse con el real del organismo, y, que no se confunda con él no significa que no exista. 

No reconocerlo produce un redoblamiento del desconocimiento de estructura, al reducir el ser y sus insoportables a los disfuncionamientos de un organismo. Reconocido o no, eso resiste, e insiste. La cuestión es cómo tratarlo, ya que para tratar lo que atañe al “ser hablante” hay que escucharlo. Es decir, suponer eso ahí.

Viñeta  “Primero le creímos”

En una interconsulta con médicos de familia se comenta el siguiente caso:
La dra. M es notificada de una derivación; “Si es de la dra. X, que es especialista en respiratorias ya verás lo que puedo hacer yo!”. X  vio a esta joven durante un tiempo, le hizo todas las pruebas posibles y al final le dijo: ¡no tienes nada! Ante la insistencia de la paciente ¿pero por qué me ahogo? terminó por derivarla con un “yo, no sé más!”.

Durante el diagnóstico la paciente había ido consultando, además, en urgencias en 44 ocasiones. La médico residente nos habla del primer encuentro: “Llegó a urgencias con síntomas de ahogo, le pusimos la mascarilla, le creímos, pero al rato la vimos con la mascarilla quitada, hablando con el móvil… Siempre quería venir con la dra (X), alguna vez se desvaneció en la sala de espera, luego pasó y se repuso…”.

En el debate se habla de  falta de educación sanitaria, del diagnóstico de tlp, de si es una simuladora… pero también alguien dice: “¡sí, pero algo le pasa!”
Hay algo en esta viñeta que tiene que ver con la manera de hacer medicina en nuestra época y a la vez, con lo que Freud se encontró, hace más de cien años. Lo que me parece interesante, y muy valioso, es que nos muestra los bordes de ese “algo”, que insiste, y que a la vez se escurre de entre las pruebas médicas, las intervenciones y las visitas a urgencia.

Esta mujer no pide un cambio de médico, se dirige firmemente a la dra. X, cada vez. La dra., a su vez es una especialista, pero curiosamente es el quedarse demasiado pegada a ello lo que no da lugar a recoger ese “algo” que trae su paciente. Cuando agota todas las pruebas posibles, dice: no sé más.

Lacan, en su texto Psicoanálisis y medicina dice que hay una zona del quehacer del médico que no podrá ser nunca sustituida por los avances técnicos: es el terreno de la demanda.

En este asunto juega sin duda la disposición personal, subjetiva de cada uno, la sensibilidad o tolerancia a acoger esto, pero también, juega un papel importante la formación y más allá las coordenadas mayores que ordenan hoy el discurso de la medicina, la MBE.

Justo ahí donde “evidence”, que en inglés significa más bien una pista, es traducida como “evidencia”, transformando la vía en punto de llegada. Evidencia, es aquello que una vez obtenido ya no puede ser puesto en duda.

Esta viñeta nos enseña un escenario en el que la dimensión subjetiva del síntoma no parece tener lugar, a pesar de tomarlo por las buenas. Hay una derivación, pero qué dice? Te doy lo que buscas, mi falla y dice también: tu síntoma no existe, es nada.

Tomar la vía del decir como empalme entre el síntoma y el sujeto conlleva la condición de escuchar, además de la salud del organismo, la palabra del paciente, pero esto no es nada sencillo. No obstante trabajando los casos junto con los médicos lo que descubrimos muy pronto es que ese “escuchar” no tiene nada que ver con la empatía ni la escucha activa!

Aquí entramos en una zona desconocida, donde se puede tener la sensación de estar perdido ¿Qué hacemos después con lo que el paciente nos dice? Y es que para poder escuchar es necesario “no entender”. Pero esto requiere primero reconocer, dar carta de ciudadanía a algo que no se reduce a la experiencia del cuerpo como organismo sino que entra en la experiencia del ser hablante.

Se quiera o no tomar en cuenta, está presente. Con frecuencia es tomado bajo el paraguas de la “educación sanitaria”, de los consejos, etc. Pero éstos corren a cargo o bien del discurso higienista o bien de las experiencias y fantasmas personales de cada uno. Es decir que entre tanta palabra se pierde el decir del paciente, vía regia a lo real de su síntoma.

El psicoanálisis nos enseña que no todas las palabras valen igual y que algunas tienen efectos reales. Hablar de encuentros y desencuentros implica que las palabras y el cuerpo son de naturaleza distinta a la vez que nos señala que allí pasan cosas.

El debate en la interconsulta continúa: El diagnóstico diferencial es fundamental, la cuestión es lo que pasa después: avanzamos en una nueva dirección a partir de este “pero ¡algo le pasa!” de una de las médicos.

La vía estaba ahí, en la pregunta ¿por qué me ahogo? Pero, fue a dar con el saber especialista, un saber en el que para que algo exista se tiene que ver.

La ciencia se refiere al organismo, cuando la medicina trata también el cuerpo. El problema es que esta diferencia parece perderse con el avance de la técnica. El cuerpo atravesado por la imagen es convertido en objeto fragmentado, tomado a trozos.

Hay entonces una paradoja: a la vez que la técnica hace existir una dimensión más allá de la percepción, nos descubre que algo existe más allá de lo que vemos, la mirada de la máquina reintroduce la imagen como certeza. Es decir que al mismo tiempo que abre el campo de lo que no se percibe, lo cierra con una imagen cierta que habría en algún lado. Yen este espacio la palabra no tiene lugar. Creo que la medicina se ejerce hoy bajo esta paradoja.

Seguimos en la interconsulta… Ubicamos un síntoma que se presenta en lo real del cuerpo, el ahogo y descartamos patología orgánica. En la pregunta, como decíamos, encontramos la vía: poder acoger la pregunta como una buena pregunta a la vez que orientarla a trabajar con ella en otro lugar.

¿Qué diferencia una derivación y otra? Lo fundamental es que desde el lugar que le otorga la transferencia, la palabra y la escucha del médico son privilegiadas. Es desde ahí, que tiene el poder de legitimar ese síntoma como real, a pesar de no responder a una patología orgánica. Aquí no se confunden el saber del especialista y el saber del médico.

Su palabra, enunciada desde el lugar que ocupa en la transferencia tiene el poder de inscribir el estatuto de real del síntoma y orientar, legitimando su tratamiento por la palabra. Ya que el problema es cómo conectar ese ahogo con la experiencia subjetiva de quien lo padece, cómo hacer entrar ese síntoma en la cadena significante, para poder tratarlo desde ahí, cuando de entrada se ofrece al saber médico, como saber del organismo.

Ese tratamiento no le corresponde al médico, pero es él quien detenta la autoridad para dar crédito, en el doble sentido, de creencia y de poner lo que hace falta, de sostener la derivación de la transferencia a otro lugar, para que ese síntoma encuentre las palabras.






Leonora Troianovski