Ceres
Lotito
La
distancia entre la salud física y la salud subjetiva nos lleva a
incursionar sobre ese “gran trecho”, entre lo que establece el
campo de la terapéutica, que va del diagnóstico al tratamiento de
la enfermedad, y la clínica a pie de obra, que
se juega en esa dimensión de la medicina como arte.
Todo
profesional de la medicina se confronta diariamente a los relatos del
malestar en el cuerpo de sus pacientes. Posición en que hay que
articular el dolor en el cuerpo y
la palabra que habla de ello.
Su
saber se pone así a prueba para intentar acallar ese dolor, ese
malestar. Hay un jeroglífico de signos corporales que
emerge en
la consulta.
Si
bien el cuerpo como organismo nos homogeniza, existe una gran
variabilidad en las respuestas a la terapéutica indicada para una
misma dolencia.
Esta
variabilidad que nos interroga, puede abrirnos las puertas a
preguntarnos: ¿el cuerpo que miramos y medimos es el mismo cuerpo
del que nos habla el paciente?
La
medicina como arte es la vertiente por la cual transitar para
aproximarnos a ese más allá del cuerpo como mecanismo, en donde la
dimensión de lo propiamente humano subvierte el conocimiento
estandarizado que nos ofrece la vertiente científica –tecnológica.
Lo
no calculable, lo no previsible nos remite a la pregunta de ¿qué
nos hace humanos?
Este
interrogante nos lleva a reflexionar:
¿Este
cuerpo tiene más de una dimensión?
¿Es
el mismo cuerpo el que se puede analizar en una radiografía, un
escáner, un análisis de sangre o cualquiera de las pruebas
diagnósticas que en la práctica clínica se manejan para detectar
el estado físico de un paciente y la vivencia que dicho paciente
tiene de su cuerpo?
Cuando
se recibe una consulta y se demanda una intervención es porque hay
un dolor, un malestar que el sujeto no sabe a que atribuir o no sabe
como aliviar para recuperar “el silencio de los órganos” que le
permita continuar sin sentirse limitado en su quehacer, en su vida
cotidiana, en sus proyectos, en sus intenciones, etc.
Ser
demandados, implica que el paciente nos coloca en posición de
interpretar eso que no va y ante lo que él no sabe que hacer. Más
allá de recurrir a otro al que supone el saber, nos coloca en
posición de intérpretes, de lectores.
Con
nuestro saber clínico y la información de las pruebas diagnósticas
podemos dar respuesta, dar un tratamiento orientado a restablecer el
bienestar. Pero muchas veces constatamos que lo que nos dice el
cuerpo como organismo no va en consonancia con lo que nos dice la
persona.
Desde
las fibromialgias, las fatigas crónicas, pasando por la distorsión
de la percepción corporal en la anorexia hasta el fenómeno del
“miembro fantasma” en algunos casos de amputaciones, así como
las diferentes maneras de soportar el dolor del post-operatorio,
etc., ponen en primer plano la singularidad de la vivencia subjetiva
del cuerpo.
Cuando
nos remitimos estrictamente al cuerpo como organismo podemos llegar a
un acuerdo de cuáles son los valores de su homeostasis.
Cuando
tomamos como punto de partida lo mental, las
cosas ya escapan a los estándares.
Una
cosa es la salud física y otra muy diferente es la salud subjetiva.
El
cuerpo subjetivo ¿se
puede describir en tercera persona como lo hacen las pruebas
diagnósticas?
¿Porque
si todos tenemos un cuerpo orgánico similar, no todos reaccionamos
igual ante similares situaciones en que su homeostasis se altera?
La
complejidad del ser humano nos confronta a que su dimensión no es
una unidad indiferenciable, es
más que un organismo, es más que mecanismos de circuitos
neuronales, información genética, reacciones reflejas, etc.
Cómo
leamos la enfermedad y desde donde respondamos, orientará nuestra
posición y nuestra práctica clínica.
La
enfermedad como un fallo de los mecanismos de homeostasis de nuestro
organismo , la enfermedad como una respuesta, la enfermedad como la
confluencia de factores bio-psico-sociales, como mensaje a descifrar,
etc. Este
es el campo que se despliega cada vez que atendemos a un paciente.
Campo que hace presente que las respuestas no pueden estandarizarse
por la propia complejidad de lo que nos hace humanos.
Cuando
la ciencia ya no llega con sus certezas, lo que queda es nuestra
posición ante ello y en ella ya no juegan su partida nuestra
capacitación técnica, ni nuestro saber científico.
El
arte de la medicina tiene a la ciencia como principal aliada, pero el
acto médico va más allá cuando las certezas se esfuman y entramos
en aspectos no definibles desde la ciencia.
Es
el campo de la ética en el que nos adentramos entonces, el campo de
los límites que se eligen respetar, siendo muy cuidadosos de no caer
en banalizaciones psicologicistas.
Poder
escuchar el valor subjetivo de la enfermedad implica escuchar al
enfermo, saber conjugar los dos planos que se ponen en juego en el
acto médico, el orgánico y el subjetivo.
Los
medios y los límites tanto de nuestra terapéutica como de nosotros
mismos, es
nuestro desafío.
Ceres
Lotito
CEPmedicina