miércoles, 6 de noviembre de 2013

PREPARANDO LAS II JORNADAS (COMENTARIOS DE TEXTOS)

Paco Roca continúa la reflexión iniciada por Javier Peteiro en el correo de asunto Comentarios (4) relativo a la frase enviada hace dos días.
A continuación pueden leer el comentario de Araceli Teixidó a la frase enviada ayer.

Comentario

“La medicina y el arte parten del mismo tronco. Ambos tienen origen en la magia, un sistema basado en la omnipotencia de la palabra. Una fórmula mágica debidamente pronunciada, trae la salud o la muerte, la lluvia o la sequía, eleva los espíritus y revela el porvenir”
Andrzej Szczeklik  “Catarsis”

De nuevo es el comentario de Javier Peteiro el que hace que logre dar forma a la inquietud que me había producido la lectura del párrafo propuesto. Gracias Javier.
En el techo del atrio de mi facultad de medicina está escrito "Ars longa, vita brevis". Siempre he entendido que este "Ars longa", si tomo como referencia la distinción que hace Heidegger en "El origen de la obra de arte" (Cf. Caminos del bosque) entre el saber hacer del artesano y la creación ex nihilo del artista, aludía a este saber hacer del médico que ya desde Hipócrates se fundaba en el uso de la palabra con los pacientes (recordemos las tres preguntas fundamentales con las que, según él, debía empezar toda buena anamnesis: ¿qué le pasa? ¿desde cuándo le pasa? y ¿a qué lo atribuye?).
Aun podría señalar otra diferencia esencial: mientras que la obra de arte cabe colocarla del lado de la metáfora (toda obra de arte narra una historia, incluido el arte abstracto, pretendidamente asemántico), el saber hacer del artesano entiendo que habría que colocarlo del lado de la narración, del lado de la descripción de la realidad mediante el uso de la palabra, realidad que incluye tanto la necesidad, paliada por el objeto fruto del saber hacer del artesano, como los afectos que necesitan ser contados.
¿Dónde nos hemos perdido? En pensar que la naturaleza enmudece cuando la ciencia logra penetrarla con sus leyes, y en creernos que nuestra condición se humanos quedará "penetrada", que se agotará enmudecida cuando se le descubra su "bosón de Higs".
Francesc Roca

Comentario
“Siempre creí que ne me quitte pas, significaba déjame en paz »
Ajo « Micropoemas »
Me parece que la poetisa Ajo evoca dos niveles de la comunicación en este verso. En primer lugar, el del sentido: nunca sabemos qué entiende el otro cuando decimos algo, siempre corresponde al oyente el sentido de lo que se enuncia. Esto tiene su importancia cuando nos referimos a la conversación entre médico y enfermo. El médico tiene el poder de interpretar las palabras del paciente. Pero el enfermo siempre se lleva un mensaje del médico que puede no ser el que el médico cree.
El  otro nivel del verso estaría en su juego de palabras  y en el placer que produce el hablar mismo: el sabor de las palabras en la boca, las cosquillas del decir en el oído. Cuando el paciente encuentra cierto placer en la conversación con el médico, se trama un aspecto de la relación que puede ser crucial aunque parezca banal.
Araceli Teixidó

Si desean seguir los envíos que se han realizado hasta ahora y los comentarios pueden hacerlo en el blog de la Red Psicoanálisis y Medicina http://redpsicoanalisisymedicina.blogspot.com.es/

martes, 5 de noviembre de 2013

PREPARANDO LAS II JORNADAS (COMENTARIOS DE TEXTO)

“La medicina y el arte parten del mismo tronco. Ambos tienen origen en la magia, un sistema basado en la omnipotencia de la palabra. Una fórmula mágica debidamente pronunciada, trae la salud o la muerte, la lluvia o la sequía, eleva los espíritus y revela el porvenir”
Andrzej Szczeklik  “Catarsis”

Comentario

Desde ese origen, que para Szczeklik es pretendidamente común, cosa muy discutible, la Medicina ha bebido de la Ciencia. También el Arte, ya que hay un arte físico, matemático, químico, incluso biológico, y la Ciencia a su vez tiene un fuerte componente estético que ha llegado a dirigir la construcción de teorías físicas.
Esa impregnación científica ha cambiado la mirada de la Medicina y, con ella, el poder de su palabra, que ha pasado del ámbito terapéutico al diagnóstico, porque es ahí donde, aunque sea en forma probabilística, se puede decir algo “científico”. 
La lógica ha de prevalecer sobre la magia, pero la esperanza del paciente (aunque sea médico él mismo) se sustenta en lo simbólico, como tan bien nos recuerda el efecto placebo. No parece deseable una medicina de expertos, sin médicos. Porque ser médico parece ir más allá de un saber científico esencialista sobre el cuerpo. Supone la humildad de aceptar lo simbólico, la capacidad de compasión en sentido auténtico (padecer con) y una esperanza contagiosa en las fuerzas de la vida, que siempre es la de cada uno, aunque se le reconozca como “terminal”, y no una más entre tantas parecidas orgánicamente. En esa perspectiva, la palabra también puede conservar su valor terapéutico, como si fuera mágica todavía.
Javier Peteiro       


domingo, 3 de noviembre de 2013

PREPARANDO LAS II JORNADAS (COMENTARIOS DE LOS TEXTOS)

Hemos recibido cuatro comentarios que pueden leer a continuación: Araceli Fuentes, Javier Peteiro, Elisa Giangaspro y Cristina Domingo nos envían sus reflexiones sobre la cuestión de la presencia del médico.

Comentarios



Un pequeño comentario sobre el texto que nos envía Santiago Castellanos: creo que es muy importante que, como hace Santiago en este caso, el médico pueda respetar la decisión de un sujeto que va a morir, que quiere saber y que tiene derecho a decidir cómo quiere morir. No se trata sólo de la presencia sino del respeto a la decisión de ese sujeto. Creo que no es poco y es fundamental.

Araceli Fuentes



El caso que describe Santiago es especialmente llamativo. Una demanda inhabitual, ya que uno puede pedir la muerte pero no la retirada de la analgesia, incluida en esa totalidad farmacológica a que se alude. El caso, indicando que el enfermo falleció "sin síntoma alguno", resalta que el dolor y el sufrimiento son dos grandes incógnitas para la práctica médica. Hay más. También son enigmáticas las raras regresiones espontáneas de tumores, por ejemplo. Y lo es, en general, entender por qué uno enferma, ya que las relaciones de causalidad en el ámbito etiopatogénico suelen ser opacas.

Situaciones así hacen que la práctica clínica no pueda deslindarse de la personalidad de quien la ejerce ni de la del enfermo. El saber tecno-científico al que se refiere Santiago va íntimamente ligado a lo cuantitativo y es ese propio saber el que se acompaña de la obsesión biométrica que impide ver muchas veces lo que debiera ser más visible, lo cualitativo, lo singular.

Se dice en el párrafo de Szczeklik: "queda la presencia". Puede que baste con eso, incluso con una presencia silenciosa, siendo su falta lo que más se notaría al final. Todos moriremos solos, pero esa soledad radical puede paliarse por una compañía aparente del médico, que no nos librará de irnos muriendo pero que, al menos, será nuestro espectador, el último testigo "aséptico" de que alguien concreto se está yendo.

No es descartable que un sentido se construya precisamente en esos últimos días de la vida en algunas personas. A la hora de la muerte, la mera presencia del médico puede servir para esa construcción.

Dice Santiago que le conmovió esa experiencia que relata. Creo que con ella ha sido a la vez afortunado. Se ha enriquecido y nos ha enriquecido a quienes nos ha hecho partícipes de ella.

Javier Peteiro



Pienso a diferencia de Andrzej Szczeklik que la presencia no es el último deber del médico. El saber estar del médico -allí donde tiene que estar- es algo inherente a su praxis, cualquiera sea la situación que se presente en cada uno de sus actos como médico. Estamos mal preparados para saber estar y mucho más, para saber estar frente a la muerte -que pone en evidencia la finitud de la condición humana- o cuando no nos asiste el saber sabido para ofrecer curación. En un enfermo terminal, como es el que se relata, ¿qué sabemos de su dolor? ¿Qué sabemos a cerca de lo que quiere hacer con ese "su dolor" en el punto final de su ser hablante? Diría que los médicos no sabemos nada. Más aún, que nadie sabe nada, ni siquiera aquel que sabe que va a morirse Porque no hay saber ni imaginario posible sobre esa nada que es la muerte.

Y además, no existe un modo de aprender que no sea el escuchar y acompañar cada caso en el uno por uno. Suspender el saber, el sentido común, la propia experiencia, los protocolos de los cuidados paliativos, las identificaciones, etc es imposible para mí desde una actitud humanista y solidaria -tendríamos nuevamente "café para todos"- y pienso que sólo puede sostenerse la escucha y el saber estar en una escena como la descripta, desde el trabajo sobre el propio inconsciente y sobre el deseo que ha animado a cada uno a ser médico.

Elisa Giangaspro

PREPARANDO LAS II JORNADAS DE LA RED (COMENTARIOS A TEXTOS)

Paco Roca nos envía un comentario que sigue todavía la estela de la frase de Molière:



“Y ha tenido la desvergüenza de decirme que no estoy enfermo”

Molière “El enfermo imaginario”



El comentario de Javier Peteiro me ha evocado la llamada "medicina basada en la evidencia". Evidencia ("prueba" sería la traducción más correcta del inglés "evidence") es un término que pertenece, casi exclusivamente, al ámbito semiológico de la justicia. Quiere ello decir que, según esta medicina, el enfermo, el paciente, o el ciudadano que consulta con un médico es "reo" del juicio de éste quie, por ello, puede limitarse a la identificación de las "pruebas" que sea capaz de encontrar en el paciente para emitir su juicio (diagnóstico) ¿o sería más acertado ahora decir "su sentencia diagnóstica"?

De ahí que, lo que antaño eran pruebas "complementarias" por las que el médico podía confirmar su hipótesis diagnóstica, obtenida de la anamnesis del paciente, es decir, de la escucha del paciente, de su queja o su demanda, y de la "escucha" del cuerpo del paciente, ahora son pruebas que simplemente avalan una sentencia. La salud, al igual que la inocencia, ahora es "presunta" mientras se procura demostrar lo contrario.

Y estirando un poco más el hilo, podemos llegar a decir que el paciente tiene derecho a mentir sobre su enfermedad, a no declararse culpable, a mantener su inocencia (y su salud) para defenderse de la "acusación" diagnóstica del médico.

Parece que Molière nos va quedando lejos.



Paco Roca.



A continuación, el comentario de Javier Peteiro a la frase de ayer:



“¿Qué enfermedad tengo? -, pregunté incorporándome.

El profesor me miró como si yo fuera un objeto, como si ni siquiera hubiera oído mi pregunta, con la atención puesta en otra parte”

Sandor Marai “La hermana”



Desconocía ese texto y a su propio autor, por lo que agradezco especialmente esta entrada.

Al ignorar el contenido del libro, me fijo en esa frase sola, descontextualizada desde la ignorancia del conjunto de la narración.

Alguien se refiere a un profesor, imagino que de Medicina, por el hecho obvio de que pregunta por un diagnóstico. Esa pregunta no se hace hoy de la misma manera. Muchas veces se evita; otras se escucha la respuesta en toda su crudeza sin haber formulado siquiera la cuestión.

Lo que me parece más relevante, en cualquier caso, es esa objetivación del sujeto, de la que éste parece quejarse, y la atención del médico “puesta en otra parte”. Eso se ha consolidado en nuestro tiempo. El avance de la Medicina gracias al conocimiento científico no sólo ha traído beneficios incuestionables en el conocimiento de la enfermedad, en su diagnóstico y tratamiento. También se ha acompañado de una fascinación por lo científico, lo que conlleva un cambio de mirada. La mirada de la Medicina se dirige muchas veces, demasiadas, a lo humano como objeto, que es, además, parcelado (subsisten curiosamente las especialidades anatómicas a pesar de ese avance en el ámbito molecular). El saber de la ciencia, esencialista, contagia a una mirada médica que olvida con frecuencia lo existencial, lo biográfico, a expensas de lo meramente biológico. Y la atención está cada vez más “puesta en otra parte”, en el ordenador generalmente, que muestra una semiología oculta rica en imágenes, analíticas, secuencias genéticas o registros eléctricos.

Se dice con frecuencia que una imagen vale más que mil palabras. En Medicina, no siempre es cierto.

Javier Peteiro



Estáis todos invitados a escribir vuestros comentarios y enviarlos a redpsicoaymed@gmail.com

PREPARANDO LAS II JORNADAS DE LA RED. (COMENTARIOS A TEXTOS)

“Las palabras no bastan, no vienen al caso. Cuando detrás de la puerta yace un enfermo a quien no hay mucho que ofrecer, la mano se retrae instintivamente antes de girar el pomo. Sin embargo, siempre queda una cosa: la presencia. La presencia como muestra de simple solidaridad humana. La presencia: el último deber del médico”

Andrzej Szczeklik “Catarsis”



En el acto médico las palabras tienen importancia y consecuencias. Encontrar las palabras adecuadas en la relación médico-paciente es, además de un imposible, una de las cuestiones más difíciles de la clínica. El médico cuando dispone de un saber técnico-científico puede responder más o menos adecuadamente a la demanda de curación del paciente si la prudencia le acompaña al mismo tiempo en lo que dice. Pero en muchas ocasiones, cuando se trata de intervenir sobre lo real del cuerpo, en la imposibilidad de la cura o sobre un límite en el saber, es fundamental escuchar y acoger el relato del enfermo. Hay momentos en que la presencia, “como muestra simple de solidaridad humana”, tal y como nos dice Andrzej Szczeklik se hace imprescindible.

Hace muchos años me conmovió mucho la experiencia en el tratamiento de un paciente. Tenía 60 años y padecía un cáncer en fase muy avanzada, apenas se levantaba de la cama y su tratamiento tenía como objetivo fundamental aliviar los síntomas en la fase final de su vida.

En una ocasión en que lo visitaba a su casa, me dijo: ¿doctor, cuando me voy a morir? Le contesté que no lo sabía. Me pidió que le retirara toda la medicación, que incluía morfina para el dolor y otros fármacos, habitualmente imprescindibles.

No sabía muy bien qué hacer. Me quedé pensando como responder a esta demanda, nunca me había ocurrido algo parecido. Le aclaré que la retirada de la medicación podía suponer que su situación empeorara, que el dolor fuera muy intenso etc..pero insistió en que le retirara toda la medicación. Finalmente accedí a su demanda acordando una visita diaria para observar la evolución. El paciente falleció tres o cuatro días después sin síntoma alguno. Cada día que acudí a visitarle experimente esa extraña sensación a la que hace referencia la frase que comento. No sabía lo que me iba a encontrar, qué podía hacer más allá de mi presencia y una ligera y discreta conversación. Se despidió de su familia y me dejó una profunda impresión que se mantiene en mi recuerdo.

Santiago Castellanos