MEDICALIZACIÓN DE LA VIDA Y
SUBJETIVIDAD
LAS PALABRAS Y LAS PÍLDORAS
Lierni Irizar
La biomedicina contemporánea ha
extendido sus tentáculos a la totalidad de la vida, ya no hay campo exterior.
La definición de la OMS (1946) que considera la salud como “el estado de completo bienestar físico,
mental y social y no sólo la ausencia de enfermedad y minusvalía” es una
expresión de dicha medicalización. Estamos ante la consolidación de un saber
tecno-bio-médico que forma parte del indisoluble lazo entre la tecnociencia, el
capitalismo y el poder. [1]
La ubicación de la biomedicina en este entramado
indisoluble tiene numerosas consecuencias. Una de ellas es la aparición y
difusión de la idea de que una salud-felicidad total es posible y la convicción
de
que si uno no es feliz, algo falla en su organismo. La enfermedad ya no se ve
como algo que forma parte de la vida sino que aparece como un error
insoportable a eliminar. Además, si es un error, es imputable a alguien y ese
alguien es el enfermo que no vive de forma “adecuada”. La culpabilización del
enfermo está asegurada.
Otra consecuencia es la
eliminación del sujeto. Eliminación que en la actualidad denuncian todos los
saberes humanistas y que produce el auge de numerosas prácticas paramédicas o
alternativas.
El debate no es sin
embargo planteable en términos de medicina o antimedicina[2].
Es importante entender la medicina como parte de un sistema histórico, que a su
vez forma parte de un sistema económico y de poder y por tanto resulta fundamental
entender los vínculos entre la medicina, el capitalismo y la tecnociencia para
repensar su lugar en la actualidad.
Considero necesario recordar que en
pleno auge de la medicina científica, Freud, al separarse de la visión de la
histeria de Charcot[3], introdujo en su campo aquello que había
quedado fuera: el sujeto.
Un
sujeto que aunque se ignore, siempre está presente, incluso donde menos se lo
espera.[4]
Pero ¿qué ha hecho la
medicina con el descubrimiento freudiano? Podríamos afirmar que lo desconoce
para ignorarlo. Lacan (2002) planteó que la única vía para la supervivencia de
la función médica era seguir el camino abierto por Freud y sin embargo la
biomedicina contemporánea no tiene en cuenta la singular aportación del
discurso psicoanalítico.
Aunque muchos saberes plantean la necesidad
de dar un lugar a la subjetividad, el psicoanálisis va más allá de estas
propuestas al afirmar que el sujeto está estructuralmente dividido y que su
doble condición de viviente y hablante, complejiza su relación con la
satisfacción. El humano está afectado por lo que Freud llamó “pulsión” y Lacan
“goce”, es decir, por una satisfacción paradójica. Estas dos cuestiones, la
división del sujeto (la dimensión inconsciente) y el goce, son aspectos que la
biomedicina actual no tiene en cuenta.
Otro aspecto fundamental que Lacan (2002)
plantea es el efecto que el progreso de la ciencia tiene en la relación de la
medicina con el cuerpo y que califica de “falla epistemo-somática”. Se refiere
al modo en que la cuestión del “cuerpo verdadero” es eliminado en favor de un
cuerpo purificado, un cuerpo que brilla y que es posible escanear,
radiografiar, medir y condicionar. Un cuerpo deudor de la dicotomía cartesiana
entre pensamiento y cuerpo extenso. Sin embargo, “este cuerpo no se caracteriza simplemente por la dimensión de la
extensión: un cuerpo es algo que está hecho para gozar, gozar de sí mismo. La
dimensión del goce está completamente excluida de eso que he llamado la
relación epistemosomática.” El goce es aquello del cuerpo que se
experimenta como vivo. Lacan habla de goce en el sentido en que el cuerpo se
experimenta y es siempre del orden de la tensión, del forzamiento, del gasto,
incluso de la hazaña. El cuerpo de la medicina es un cuerpo máquina liberado de
toda la cuestión pulsional.
Lacan se pregunta en nombre de qué podrán
responder los médicos a los desafíos que plantea la tecnociencia y el
capitalismo contemporáneo si se pierde de vista esta referencia. Afirma que si
el médico debe seguir siendo algo, su función sería la de continuar y mantener
en su vida el descubrimiento de Freud y esto es algo que no ocurre. En la
actualidad, los profesionales, lejos de recetarse a sí mismos y hacer uso de la
palabra, recurren generalmente a la tecnología y a la píldora como respuesta.
Para contrarrestar el
empuje actual a las píldoras, a los fármacos, propongo una dosis de palabras de
un enfermo, de Anatole Broyard en su libro “Ebrio
de enfermedad”.
La
enfermedad es un relato.
“Los
relatos son anticuerpos contra la enfermedad y el dolor. Cuando varios médicos
me introdujeron a la fuerza los aparatos de examen por el canal de la uretra,
descubrí que me aliviaba mucho que me relatasen qué es lo que estaban haciendo.
Sus charlas traducían o humanizaban el proceso. Me preparaban, me daban
fuerzas, de alguna manera me consolaban. Cualquier cosa es mejor que ese
espanto de sufrir en silencio. A veces pienso que el silencio puede matarnos.
El
habla, los relatos o narraciones son las formas más eficaces de mantener viva
nuestra condición humana. Guardar silencio es, de forma literal, cerrar la
tienda de la propia humanidad.”
Es importante tener en
cuenta que el acto médico constituye una violencia contra el cuerpo que aunque
sea legitimada por la eficacia terapéutica y aceptada para conseguir la salud,
suele ser a manudo banalizada. La obra “cuerpo extraño” de la artista Mona
Hatoum refleja bien esta cuestión. Es una instalación[5]
que consistía en una especie de cabina en la que se proyectaban en el suelo
imágenes aumentadas del cuerpo de la artista. Imágenes tomadas por una cámara
endoscópica que plantean que:“…el cuerpo
se vuelve vulnerable frente a la mirada científica que lo sondea, que invade
sus fronteras, que lo transforma en objeto… Me dije que la introducción de la
cámara, que es un “cuerpo extraño”, en el interior del cuerpo, constituiría la
violación absoluta del ser humano, que no dejaría el menor recoveco sin
explorar.”[6]
Volviendo a las palabras de Broyard, “todas la curas son en gran medida “curas por
medio de la palabra”, según la expresión de Freud. Todos los pacientes
necesitan que los resuciten por medio del boca a boca, pues la conversación es
el beso de la vida.”
La
figura del médico.
“Ahora sé que tengo cáncer de próstata, de los nódulos linfáticos y de parte
de mi esqueleto, ¿qué es lo que deseo de un médico? Yo diría que busco a
alguien que sepa leer a fondo la enfermedad y que sea un buen crítico de la
medicina.
Para llegar a mi cuerpo, mi médico tiene que llegar a mi carácter. Tiene
que atravesar mi alma.
Tal como encarga unos análisis de sangre y un escáner de mi estructura
ósea, me gustaría que mi médico me escanease a mí, que me palpase el espíritu
además de la próstata. Sin algún reconocimiento, no soy más que mi enfermedad.”
Considero fundamental seguir pensando la articulación posible o no
entre psicoanálisis y medicina para que las palabras, demandas y deseos como
los de Broyard, no queden silenciados. No es sin embargo una tarea sencilla ya
que “es fácil escribir recetas, pero en
cambio, es un trabajo difícil entenderse con la gente.” F. Kafka, Un médico rural.
BIBLIOGRAFÍA
Broyard,
A. (2013) Ebrio de enfermedad.
Segovia: ediciones la uÑa Rota.
Foucault,
M. (1996) La vida de los hombres infames.
Buenos Aires: Acme.
Irizar, L. (2014) La pérdida del humano. Bilbao: Ediciones
Beta.
Kafka, F. (2011) Un médico rural. Edición digital y
gratuita en Amazon.
Lacan, J. (2002) Psicoanálisis
y medicina. En J. Lacan (ed.), Intervenciones
y textos I (pp. 86-99). Buenos Aires: Manantial.
Laín Entralgo, P. (2003) El
Médico y el enfermo. Madrid: Triacastela.
Wajcman,
G. (2011) El ojo absoluto. Buenos
Aires: Manantial.