domingo, 3 de noviembre de 2013

PREPARANDO LAS II JORNADAS DE LA RED. (COMENTARIOS A TEXTOS)

“Las palabras no bastan, no vienen al caso. Cuando detrás de la puerta yace un enfermo a quien no hay mucho que ofrecer, la mano se retrae instintivamente antes de girar el pomo. Sin embargo, siempre queda una cosa: la presencia. La presencia como muestra de simple solidaridad humana. La presencia: el último deber del médico”

Andrzej Szczeklik “Catarsis”



En el acto médico las palabras tienen importancia y consecuencias. Encontrar las palabras adecuadas en la relación médico-paciente es, además de un imposible, una de las cuestiones más difíciles de la clínica. El médico cuando dispone de un saber técnico-científico puede responder más o menos adecuadamente a la demanda de curación del paciente si la prudencia le acompaña al mismo tiempo en lo que dice. Pero en muchas ocasiones, cuando se trata de intervenir sobre lo real del cuerpo, en la imposibilidad de la cura o sobre un límite en el saber, es fundamental escuchar y acoger el relato del enfermo. Hay momentos en que la presencia, “como muestra simple de solidaridad humana”, tal y como nos dice Andrzej Szczeklik se hace imprescindible.

Hace muchos años me conmovió mucho la experiencia en el tratamiento de un paciente. Tenía 60 años y padecía un cáncer en fase muy avanzada, apenas se levantaba de la cama y su tratamiento tenía como objetivo fundamental aliviar los síntomas en la fase final de su vida.

En una ocasión en que lo visitaba a su casa, me dijo: ¿doctor, cuando me voy a morir? Le contesté que no lo sabía. Me pidió que le retirara toda la medicación, que incluía morfina para el dolor y otros fármacos, habitualmente imprescindibles.

No sabía muy bien qué hacer. Me quedé pensando como responder a esta demanda, nunca me había ocurrido algo parecido. Le aclaré que la retirada de la medicación podía suponer que su situación empeorara, que el dolor fuera muy intenso etc..pero insistió en que le retirara toda la medicación. Finalmente accedí a su demanda acordando una visita diaria para observar la evolución. El paciente falleció tres o cuatro días después sin síntoma alguno. Cada día que acudí a visitarle experimente esa extraña sensación a la que hace referencia la frase que comento. No sabía lo que me iba a encontrar, qué podía hacer más allá de mi presencia y una ligera y discreta conversación. Se despidió de su familia y me dejó una profunda impresión que se mantiene en mi recuerdo.

Santiago Castellanos

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