Por Gabriela Medin.
(texto presentado en las simultáneas de Pipol V, Bruselas , julio de 2011)
(texto presentado en las simultáneas de Pipol V, Bruselas , julio de 2011)
Esta
presentación tratará sobre una experiencia de inserción
institucional de un psicoanalista entre pediatras.
En
la concreción de esta inserción “a medida”, juegan un papel
importante los aspectos singulares de mi llegada a Madrid, ciudad
donde se desarrolla esta práctica. Luego de años de practicante y
de analizante en Buenos Aires, traía conmigo un recorrido en
relación a la inserción del psicoanalista en el hospital
pediátrico, un cierto “saber hacer” con la enfermedad, el
saber médico, con los agujeros y con los límites.
Habiendo
trabajando en el área de oncología y cuidados paliativos de un gran
hospital pediátrico, vi morir a muchos niños. La elección de esta
práctica particular, estuvo marcada por la muerte de un familiar que
había quedado fuera de mi “experiencia”, pero hecha presencia a
través de acompañar a otros en el momento de morir y en el inicio
del duelo a los que seguían vivos. Efectos de un duelo no
experimentado ni transmitido, que se fue escribiendo en mi análisis
hasta decir “demasiada muerte para una vida”.
Junto
con la caída del “acompañar” y del “ver ” y con una nueva
ubicación subjetiva, cayó también, un cierto ideal de excelencia,
y las ilusiones de cualquier garantía ofrecida por el discurso del
Amo. A partir de entonces inicio un proyecto propio con superviventes
de cáncer infantil. Me interesaba en ese momento investigar las
marcas en el cuerpo y en el sujeto de una confrontación temprana con
la muerte, a veces percibida y otras no por el sujeto. Y en el caso
de los niños me interesaba también la transmisión, aquello que los
padres dicen o no y cómo los “afecta”.
Al
llegar a Madrid no encuentro psicoanalistas trabajando en
interconsulta pediátrica, no hay un equipo al que sumarme. ¿Cómo
hacer un lugar donde poner en juego mi deseo de trabajar con
supervivientes de una enfermedad orgánica grave?
Me
aceptan para continuar la investigación en una Unidad de
Hemato-oncología de Madrid. Con ese ejercicio se fueron creando las
condiciones que permitieron apostar a un encuentro entre dos
discursos, entre dos disciplinas, que se reedita cada vez y que se
vuelve a perder. No hay ilusión de completar el saber médico, no
hay complementariedad, pero hay lugar para una ética de lo
particular y para reintroducir la escucha y la palabra.
A
partir de esa primera inserción institucional surge una segunda,
esta vez con los infectólogos pediatras que trabajan con pacientes
VIH. Se trata de una enfermedad otrora mortal, pero que ha devenido
una enfermedad crónica siempre que se tomen adecuadamente los
tratamientos antirretrovirales. El cumplimiento del tratamiento
resulta entonces, de vital importancia.
Sin
embargo, en la práctica con adolescentes, los pediatras se
encuentran con graves problemas de “adherencia”. Qué hacer? Las
reglas universales fallan, la información no alcanza, los protocolos
no funcionan, qué les pasa a estos adolescentes a quienes
aparentemente, no les importa curarse? Por qué no toman la
medicación?
“Lo
que indico al hablar de la posición que puede ocupar el
psicoanalista, es que actualmente es la única desde donde el médico
puede mantener la originalidad de siempre de su posición, es decir,
la de aquel que tiene que responder a una demanda de saber, aunque
sólo se pueda hacerlo llevando al sujeto a dirigirse hacia el lado
opuesto a las ideas que emite para presentar esa demanda” 1
Me
propongo ilustrar esta afirmación con el primer pedido del equipo,
enunciado de esta forma:
“ah
tenemos un paciente que queremos que veas, es muy problemático,
no se toma la medicación, está
muy mal, no lo quieren meter en lista de trasplante
por mala adherencia y está
en fallo hepático, si no lo trasplantan
se muere. Ya no sabemos qué
hacer…”.
J
tiene16 años, esta cursando 4to de la Eso, padece VIH por
transmisión vertical y co-infección hepatitis C. Vive con su madre
adoptiva. Tiene un aspecto desmejorado, muy amarillo, habla en voz
baja, cansado. En la primera entrevista me cuenta que tiene muchos
sus amigos, habla sobre lo que le gusta hacer con ellos, sobre las
salidas del fin de semana, pero me dice que ahora está muy cansado.
Ya no hace su clase preferida, educación física. Que te entusiasma?
“El
Baloncesto, antes jugaba. Soy del Madrid y de la NBA del Arizona, me
gusta porque atacan siempre”.
Esta
primera vez había venido solo a consulta y la siguiente semana
entrevisto a su madre adoptiva. Al comenzar me previene que J tuvo
mala experiencia con los psicólogos. Cuando le pregunto por la
historia de J me cuenta que su madre biológica era heroinómana,
tenía otro niño mayor y tuvo a J, luego de un embarazo sin
controlar, consumiendo hasta el último día. Cuando nació estuvo
ingresado 6 meses por síndrome de abstinencia, VIH y otros
problemas. La madre desaparecía, estuvo viviendo en la calle, en una
casa abandonada, luego en casa de los abuelos. “Fueron
niños un poco desatendidos.”
Cuando fallece la madre, el hermano mayor sano se va con un tío
materno y J con otro tío que no le dijo a su esposa que el niño
tenía VIH. Luego de un tiempo renuncian a cuidarlo y lo llevan a un
centro de la Comunidad. Al año de estar ahí, él vio a un compañero
en proceso de acogida y dijo a los trabajadores sociales que él
también quería que lo acogiera una familia.
A
la semana siguiente, cuando llego me dicen que está ingresado por
neumonía. El jefe de la Unidad me busca para hablar de J. Es un
caso que conmueve en la institución.
Voy
a verlos, la madre me cuenta muy agobiada una gran pelea que
tuvieron. Se queja de J, cree que ella no merece ese trato. Me dice
que todo empezó cuando le sacó el MSN y el ordenador para que
estudie. Él amenazó con irse. Me cuenta el diálogo:
J:
Me quedo con condiciones.
Madre:
No ninguna condición, somos tu familia, no acepto condiciones
J:
No me escuchas, no puedo hablar, me quedo con la condición de que no
nos peleemos tanto.
Le
digo que creo que el MSN es su única conexión con sus pares, que
tal vez el estudio no es una prioridad en este momento. Que si
consigue salir de ésta, ya podrá volver a preocuparse por ello,
como lo había hecho siempre. La madre llora, habla por primera vez
de su miedo a que J muera.
Cuando
hablo con J, me dice que ya pasó, que son tonterías, ya
estoy mejor.
Le digo que no lo veo bien. Estoy
cansado de venir al hospital y sentirme mal, estoy cansado de estar
enfermo. Quiero sentirme mejor.
Algo
del caso se enlazaba con mi interés por los supervivientes, había
encontrado declinaciones del significante: aquél que continúa
viviendo luego de una catástrofe, del lado de la vida, pero también
aquel que sobrevive, al límite de la subsistencia, de la “ nuda
vida” ( G Agamben). Hay diferencias.
J
no aceptaba sobrevivir, quería vivir. La angustia frente a su propio
deterioro se traducía en enojo, rebeldía frente a las indicaciones
médicas pero como una forma de denunciar la impotencia de los
médicos para aliviar su malestar. No quería morirse, pedía a
gritos estar mejor dejando de tomar los antiretrovirales, señalando
que no era eso lo fundamental, sino la situación de su hígado.
Su
situación actual lo volvía a colocar en un sin salida que había
estado presente en su historia. La madre adoptiva lo re-enviaba al
lugar de su madre biológica: No
puede ser que no te cuides.
Al
final de ese mismo día, estaba planificada una reunión
interdisciplinaria donde se tomarían decisiones. Me piden que
asista.
Estamos
hace tiempo con este paciente, nunca esta indetectable, no cumple con
la medicación. Se va a cargar el hígado si lo trasplantamos.
Hacía
meses que se pedía que se lo incluyera en la lista de trasplante,
pero nunca cumplía los requisitos. Plantean condiciones estrictas de
admisión a la lista, y que no se puede desperdiciar el recurso de un
órgano en un paciente que no va a cumplir.
Es
un chico difícil.
Ustedes
garantizan que cumplirá post-trasplante? Tú que piensas?
Dije:
Lo
he visto en pocas ocasiones, pero pienso que es un adolescente que
está muy decepcionado. Ha tenido una fuerza vital importante y ahora
mismo se encuentra muy mal físicamente y está enfadado por cómo ha
empeorado su vida en el último año. Creo que si se le coloca en la
lista y él ve que es para mejor, que existe alguna posibilidad de
vivir bien, su postura será otra
Puedes
garantizar que cumplirá?
Garantizar
no puedo nada, pero hay elementos en la historia y en su texto que lo
muestran.
No
hay garantías, pero sí una apuesta por el sujeto. La posición se
flexibiliza. Ya no se juzga según el cumplimiento o no de las
normas, ni se castiga por no cumplir el tratamiento.
Se
decide incluir en la lista de trasplante apenas esté indetectable
pero iniciar el contacto del equipo con el paciente y la familia como
una forma de indicar que hay una puerta abierta.
Además
de cada intervención individual, como efecto de un trabajo de tres
años con este equipo se produjeron también cambios significativos
en el quehacer de los pediatras. Algo de ese ejercicio va tejiendo
también una práctica donde la singularidad de todos los
participantes sea tenida en cuenta: la de cada médico, la de cada
adolescente y la del propio psicoanalista.
Una
vez acabada la financiación del proyecto y sin posibilidad de
renovarlo dados los recortes en el sector sanitario, se plantea cómo
darle continuidad. Uno de los pediatras propone contratar al
psicoanalista con fondos de los ensayos clínicos en los que
participa la Unidad. Se concreta una modalidad de inserción
institucional singular: sin garantías, a nombre propio, integrada al
equipo médico.
1
Lacan J, Psicoanálisis
y Medicina en Intervenciones y Textos
1. Manantial. 1986. Buenos Aires. Argentina.
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