Por Santiago Castellanos.
Antes
de la irrupción del discurso científico en la Medicina, ésta se
podía definir por el arte de curar, ya que ponía en primer plano la
relación fundamental con el hombre. El mismo juramento hipocrático
comienza diciendo que “aquel que me enseñara este arte
lo apreciaré tanto como a mis padres…”
El
médico hipocrático de tipo sacerdotal, que juraba ante los dioses o
el médico medieval, solían tener un prestigio y autoridad que no se
correspondía con sus verdaderas posibilidades terapéuticas. Jacques
Lacan. en el discurso realizado en el colegio de médicos en 1966,
comienza diciendo que “Al considerar
la historia de la medicina, a través de las épocas, el gran médico,
el médico tipo, era una hombre de prestigio y autoridad”
(1). Ellos se dedicaban a cuidar y consolar a los enfermos y
moribundos y a establecer un corpus de reglas de la vida, la
alimentación, el sueño, los placeres de la comida y la cama. Todo
esto ha cambiado radicalmente.
A
partir de 1800 se construye una clínica anatomopatológica con la
práctica de las autopsias, en donde el hallazgo de lesiones y su
correlación con la clínica dieron como resultado el surgimiento de
la medicina moderna. Posteriormente el desarrollo de la fisiología y
la bacteriología abren nuevos campos de conocimiento de la
enfermedad y sus tratamientos.
Si
hablamos de eficacia terapéutica se podría decir que es en los
últimos 50 años cuando se ha desarrollado a una escala nunca antes
conocida.
Sin
embargo, la función y la autoridad del médico aparecen cada vez más
desdibujadas, lo que será una fuente inagotable de malestar. El
médico sintomatiza el avance del discurso científico.
En
la actualidad, la medicina, como cuerpo de doctrina ubicado en el
discurso de la ciencia, se establece para dar cuenta de los fenómenos
objetivos.
La
práctica médica orientada por los enunciados científicos debe
diagnosticar y convertir la queja o el dolor expresado en palabras
por los pacientes, muchas veces de forma confusa, en signos y datos
objetivos que le permitan realizar una intervención terapéutica que
responda a la aspiración de la universalidad del método científico.
Para
el discurso científico no existen pacientes, existen enfermedades,
el sujeto queda radicalmente excluido. De ahí la tendencia a la
generalización de los protocolos.
En
las Universidades, en donde la medicina se transmite a los futuros
médicos, es la lógica del discurso de la ciencia y la exclusión de
la subjetividad del paciente lo que se enseña. Sin embargo, el
médico en su práctica pasa a otra escena donde debe contar con el
enfermo, y no sólo con la enfermedad.
De
hecho, la medicina no es una ciencia pura, como la biología o la
matemática, sino una aplicación de la ciencia, porque está
recortada por el factor humano. Al mismo tiempo está guiada por una
ética, que desde el juramento hipocrático, está orientada por el
ideal de la cura y el bien de la humanidad, aunque en la historia no
siempre fue así.
2.-La
subjetividad retorna.
Roy
Poter, catedrático de la historia de la medicina del University
Collage de Londres, publicaba recientemente, en una breve historia de
la medicina que:
“El
entorno de la enfermedades está cambiando… Los epidemiólogos
descubrían que las enfermedades prevalentes dejaban de ser clásicas
infecciones causadas por el aire, el agua y los gérmenes que
azotaron los primeros momentos de la industrialización: el cólera,
el tifus, las fiebres tifoideas… adquieren preponderancia las
patologías crónicas y disfunciones profundamente arraigadas que se
habían dejado de lado: bebés delicados, administrativos con
úlceras, dolores de espalda, depresión y neurosis…” (2).
La
paradoja está en que cuento más se desarrolla la biotecnología y
la esperanza de vida es mayor, los pacientes consultan más por
problemas derivados del stress, las crisis vitales, la violencia y la
crisis de valores e ideales, que son sin lugar a dudas nuevos
malestares de la civilización. Lo propio de cada paciente sería las
formas de responder a esos malestares, lo más propio es el síntoma
que se dirige al médico en forma de demanda (toxicomanía,
trastornos alimentarios, síndromes dolorosos etc…).
El
médico, de hecho, se encuentra dividido entre su condición de
representante del discurso de la ciencia y su condición de
interlocutor de la demanda del enfermo, lo cual tiene consecuencias.
En esta contradicción se encuentra la fuente de lo que puede
resultar tóxico para la práctica clínica del médico, todo
dependerá de la posición que ocupe y la respuesta que de a esta
dificultad.
3.-Hay
una tensión estructural.
Esta
es la razón por la que podríamos decir que hay una tensión
permanente, estructural, en la relación médico-paciente. De un
lado, el discurso de la ciencia que está en el lugar del saber, que
opera con el signo de la enfermedad y que tiene la aspiración de la
universalidad. De otro, el lugar de la subjetividad, de la
singularidad, del uno por uno, del síntoma del paciente.
Discurso
cientifico………………………………………..subjetividad
(Lugar
del saber) médico-paciente (lugar del uno
por uno)
signo síntoma
Esta
tensión, se hace más evidente en el campo de la medicina general,
en el que la relación con el paciente es más humana y estrecha. Hay
una tensión entre la aspiración del saber de la ciencia que tiende
a excluir al sujeto y la misma práctica clínica que lo incorpora.
La posición del médico es en este sentido compleja y difícil,
fuente de malestar y angustia.
Es
un hecho de la clínica que no hay correspondencia entre el signo y
el síntoma. En esa diferencia es donde se halla alojado el sujeto.
Todos hemos comprobado como un síntoma como el dolor, uno de los más
frecuentes en la clínica, no guarda en su intensidad y grado de
afectación, correspondencia con el grado de afectación o lesión.
El ejemplo más clásico es la falta de correspondencia que existe
entre las alteraciones radiológicas y la sintomatología clínica de
los pacientes, sobre todo en padecimientos osteomusculares. Este es
un hecho de la clínica, podríamos poner muchos más ejemplos,
donde el lugar de la subjetividad añade o quita al síntoma
intensidad o incluso lo cambia de carácter. En muchas ocasiones los
síntomas corporales diversos manifiestan una forma de lenguaje del
ser que habita el cuerpo. Allí donde la palabra y los afectos no
encuentran la vía para expresarse sucede que el cuerpo toma el
testigo de ese malestar. Y el cuerpo habla a su manera. Nos
encontramos, entonces, con los fenómenos psicosomáticos,
considerados en un sentido general, como la manifestación
sintomática que es necesario escuchar.
4.-La
relación médico-paciente: Una relación imposible.-
Desde
el psicoanálisis, se podría decir que la relación médico-paciente
es una relación imposible, en el sentido de la dificultad, del
malestar, de la tendencia al desencuentro permanente. Otras opciones
y escuelas terapéuticas preconizan la igualdad, el diálogo y el
entendimiento, entre el médico y el paciente. Estas opciones
terminan aconsejando una larga lista de recomendaciones para que
pueda ser posible lo imposible, lo que genera una gran frustración,
sobre todo en los médicos más jóvenes e inexpertos.
Pero
¿porqué esta relación es del orden de lo imposible?
En
primer lugar, no hay que olvidar que el objeto de la misma es el de
la enfermedad y que:
“Las
enfermedades son instrumentos de la vida mediante los cuales el
viviente, tratándose del hombre, se ve obligado a confesarse
mortal…” (3).
El
médico tiene una peculiar función y es que debe de acoger todo
aquello que tiene que ver con el malvivir, el sufrimiento y los
deseos más oscuros de la condición humana.
En
la enfermedad y su tratamiento hay algo que se escapa
permanentemente. Por más que la ciencia trata de atraparlo y de
formular diferentes hipótesis, siempre hay algún resto
inalcanzable.
Además
opera permanentemente el sin-sentido, en muchas ocasiones hemos
podido escuchar en los relatos de los pacientes la pregunta de
¿porqué a mi? ¿porqué justamente ahora?, preguntas que no tienen
respuestas y que invitan al silencio.
Este
es un problema que ha estado presente en todos los tiempos, no es
casual que el mismo Hipócrates dijera que:
“La
vida es corta y el arte, largo; la ocasión fugaz, el experimento
peligroso y el juicio difícil. Así, no solo debemos
estar preparados para cumplir con nuestro deber, sino que también
deben cooperar el paciente, los ayudantes y las circunstancias
externas” (Hipócrates de Cos, siglo IV a.C).
En
segundo lugar, la comunicación y el dialogo entre el paciente y el
médico está hecho de palabras y como tal sometido al malentendido,
propio de la estructura del lenguaje. Esto significa que es
fundamental que el médico escuche a los pacientes y no de nada por
supuesto, los pacientes te sorprenden continuamente con sus relatos e
historias y el médico no sabe muchas veces lo que verdaderamente
quieren decir. Ellos tampoco.
En
tercer lugar, el malentendido no se produce solamente porque el
lenguaje es portador del mismo, sino porque el paciente no siempre
demanda lo que verdaderamente desea.
“Es
en el registro del modo de respuesta a la demanda del enfermo donde
está la posibilidad de supervivencia de la posición propiamente
médica…cuando el enfermo es
remitido al médico o cuando lo aborda, no digan que espera de él
pura y simplemente la curación. Coloca al médico ante
la prueba de sacarlo de su condición de enfermo, lo que es
simplemente diferente, pues esto puede implicar que él esté
totalmente atado a la idea de conservarla. Viene a veces a
demandarnos que lo autentifiquemos como enfermo; en muchos casos
viene, de la manera más manifiesta, para demandarles que lo
preserven en su enfermedad, que lo traten del modo que le conviene a
él, el que le permitirá seguir siendo un enfermo bien instaurado en
su enfermedad….”
“no
es necesario ser psicoanalista, ni siquiera médico, para saber que
cuando cualquiera, nuestro mejor amigo, sea hombre o mujer, nos pide
algo, esto no es para nada idéntico, e incluso a veces es
diametralmente opuesto, a aquello que desea…”(4)
Una
buena parte de los llamados “pacientes difíciles” se ubican en
esta posición y generan, para desesperación del médico una
multitud de exploraciones, pruebas y derivaciones a especialistas.
Esto hay que considerarlo porque en muchas ocasiones el “furor por
curar” se convierte en un obstáculo permanente en la relación con
los pacientes. En la práctica clínica con los trastornos llamados
contemporáneos, como las adicciones, los trastornos de la conducta
alimentaria, las crisis de pánico, la fibromialgia etc…se puede
constatar esta misma dificultad
Esta
distancia que Lacan pretende acotar al plantear la diferencia que hay
entre la demanda del paciente y el deseo inconsciente que la habita,
es fundamental para entender la respuesta equivocada que en muchas
ocasiones se produce desde el discurso de la ciencia y la
desesperación en la que muchos médicos caen ante el fracaso
terapéutico. A fin de cuentas se trata de entender la “estructura
de la falla que existe entre la demanda y el deseo” (Jacques
Lacan).
5.-La
excelencia médica.
“La
excelencia médica es a la vez saber, saber estar y saber hacer, no
consigue nunca ese dominio total sobre los cuerpos…”(5).
En
la época precientífica, el médico siempre aceptó acoger la
demanda y esto hizo de su función un lugar sagrado y tenía por si
mismo efectos terapéuticos evidentes, por el saber y la autoridad
que el paciente supone al médico. Es lo que Balint quiso decir en
los años 50 cuando planteó que el médico se receta así mismo.
El
problema del médico es que realmente dispone de un “saber”,
tiene un conocimiento científico cada vez más efectivo y corre el
riesgo de olvidarse de ese doble registro en el que se mueve la
transferencia con los pacientes: el saber y, al mismo tiempo, la
ignorancia sobre la singularidad del sujeto enfermo.
¿Cómo
responder a esta dificultad permanente en que se mueve la práctica
de la medicina, la contradicción que se genera entre el saber y la
ignorancia?
Lacan
propone al psicoanalista la famosa docta
ignorancia, término
de Nicolau de Cusa (siglo XV) que es definido como un saber más
elevado y que consiste en conocer sus límites. La práctica clínica
del médico también podría inspirarse en esta posición. Es una
invitación a la prudencia, a la humildad, a precaverse contra lo que
sería un saber absoluto, dado que el paciente puede atribuírselo y
demandarlo sin contemplaciones, lo cual conduce a veces a una
callejón sin salida en la clínica. Se trata de poner en suspenso y
no dar por supuesto ningún saber acerca de la singularidad del
sufrimiento o del síntoma del sujeto, no tener ninguna idea
preconcebida sobre lo que el sujeto dice.
Santiago
Castellanos de Marcos.
Psicoanalista en Madrid.
Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria.
(scastellanosmarcos@gmail.com)
Bibliografía:
1.-Jacques
Lacan. Psicoanálisis y Medicina.
Intervenciones y textos. Ed. Manantial.
2.-Roy
Porter. Breve Historia de la Medicina, pag. 240.
3.-Escritos
sobre la medicina. Georges Canguilhem, pag. 47. Amorrortu Editores.
4.-Jacques
Lacan, Psicoanálisis y medicina.
5.-El
médico, el enfermo y el filosofo. Jacqueline Lagrée. La esfera de
los libros.
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