BIOÉTICA Y COMITES DE ÉTICA
Por Esther González
En las últimas
décadas el progreso de la ciencia ha supuesto un cambio radical en la medicina,
ofreciéndonos la posibilidad de resolver problemas que antes no tenían
solución; pero también dando lugar a la aparición de dilemas muy complejos.
En el S XVII
comienza la tecnociencia, donde el conocimiento científico sirve de forma
directa al desarrollo técnico, desapareciendo la brecha entre investigación
pura y aplicación. El cuerpo en medicina se empieza a concebir como una máquina
y la unidad del cuerpo queda fragmentada en órganos y sistemas.
Posteriormente
la biología introduce un saber en la medicina que no puede pensarse sin la
efectividad técnica: nace la biotecnología, tecnociencia aplicada a lo vivo y
que no distingue entre conocimiento y aplicación. La medicina pasa a ser
experimental y se justifica el progreso científico a pesar de que, en muchas
ocasiones, hay un claro conflicto entre progreso científico y bienestar humano.
En los años 90
la Medicina Basada
en la Evidencia
se presenta como la posibilidad de disponer de información fiable, capaz de dar
respuesta a cualquier pregunta durante la práctica clínica. Si bien Gordon
Guyatt, uno de sus fundadores, advierte: “La evidencia por si sola nunca es
suficiente para tomar una decisión en clínica; se trata de un complemento, no
de un sustituto de la experiencia y del juicio clínico”.
Los últimos
avances en investigación genética abren otro gran campo de debate, donde
algunos autores se hacen la pregunta sobre si no estaremos en el umbral de un
supermercado genético. Con el desarrollo de la neurociencia se habla de
medicina “perfectiva” o de intervenciones de mejora en humanos.
Pero el uso
indiscriminado de la ciencia y la posibilidad de intervención en lo más íntimo
de las personas, pone en juego no sólo los medios de la medicina sino también
sus fines, como señala el informe “Los fines de la medicina” del Hastings
Center de Nueva York.
La medicina
moderna tiene tal capacidad de intervención en el cuerpo humano que, a partir
de los años 70, algunos profesionales se empiezan a preguntar si todo lo que es
técnicamente posible debe ser llevado a cabo o no. Se interrogan por la posición ética de su
práctica y sus preguntas las dirigen a la filosofía; el objetivo es mostrar que
ninguna decisión médica es justificable si no se toma en cuenta al paciente.
Nace la Bioética
y se pone en cuestionamiento el ideal de cientificidad y objetividad.
Aparece un
campo de reflexión sobre los principios que orientan a los profesionales en su
práctica clínica; los avances de la ciencia producen un cambio de posición en
el médico, donde su juicio clínico ya no es una brújula, como señala Lacan en
1966
Uno de los problemas
que se plantean, es si la ética es una lógica intrínseca de la ciencia moderna
o se trata de algo externo a la misma, que debe regirla y regularla, siendo
entonces necesario un discurso que sostenga lo que la tecnociencia no puede
sostener: la responsabilidad ética. La forclusión del sujeto operada por la
ciencia deja a esta por fuera de la ética.
El intento de la Bioética es la
humanización de la asistencia sanitaria; se interrogan sobre la práctica
clínica actual, donde el acto médico queda borrado, sustituido por los
resultados de los ensayos clínicos y anulando el valor clínico del síntoma y la
palabra.
Se plantea la
pregunta acerca de quien tiene que tomar decisiones que afectan al cuerpo de
una persona; la relación clínica queda constituida, del lado del profesional,
el que tiene la información técnica y del lado del paciente, el que tiene la
capacidad de decidir.
Construyen un
paciente ideal, capaz de reflexionar y tomar decisiones en cualquier
circunstancia; sin tener en cuenta sus vacilaciones, limitaciones y la
situación de fragilidad en la que se encuentra. Sin darle tiempo para
comprender.
Colocando al
profesional en un lugar también ideal, a la búsqueda de la excelencia; sin
tener en cuenta que si la práctica clínica está aplastada por la tecnología,
esto tiene efectos en los profesionales.
El
profesional, lo quiera o no, está involucrado en su práctica; cada vez más
angustiado, culpabilizado y desorientado. No sabe donde dirigir sus preguntas,
ni donde puede ser escuchado; su sufrimiento no pasa por la palabra, en todo
caso por alguna reacción puntual de desahogo o impotencia en el ámbito privado,
entre compañeros. Para seguir adelante con el imperativo de conseguir la
eficacia, la eficiencia y la excelencia.
La Bioética
cuenta con una figura institucional específica, los Comités de Ética (CEA) que
surgen con el fin de ayudar cuando hay conflictos entre los valores éticos del
profesional o entre los del profesional y el paciente; su labor es fundamental
para asesorar o proponer protocolos u orientación de actuación en casos de
conflicto ético.
Utilizan la
deliberación que toman de Aristóteles; el diálogo deliberativo busca el
entendimiento, discutiendo racionalmente los distintos puntos de vista para
encontrar la mejor elección. No se puede hablar de calidad asistencial sin
tener en cuenta los valores humanos y los principios éticos implicados en la
misma.
Los CEA
aparecen en un momento de impasse del discurso médico-científico; discurso que
hasta ese momento, era suficiente para responder a los problemas que derivaban
de su práctica. Se crean como un intento de establecer un lugar donde el
discurso de la ciencia esté atravesado por la palabra y donde la interrogación
sobre la práctica clínica sea posible.
Pero en muchas
ocasiones se observa en su funcionamiento una tendencia hacia lo jurídico,
plantea Diego Gracia, acorde a la norma establecida, en lugar de plantear el
interés subjetivo que puede presentar un dilema médico.
Para terminar
quisiera comentar que hace ya siete años, decidí solicitar formar parte del CEA
en el hospital donde entonces trabajaba.
¿Qué lugar
para alguien orientado por el psicoanálisis en un CEA? Sostener esta pregunta
es estar advertido para no dejarse arrastrar por la inercia de producción de
protocolos, procedimientos y guías de buenas prácticas tan instalada en las
instituciones.
Laurent
plantea que el analista en la institución no es aquel que agrega un saber
técnico más, sino el que trabaja para recordar que si el Otro está barrado; si
la instancia simbólica no alcanza lo real que insiste, buscar el buen
reglamento está condenado al fracaso. Es una indicación política que aporta el
psicoanálisis ya que si la posición simbólica bastara no habría necesidad de
hacer política; bastaría que la Administración hallara las buenas normas y las
aplicara.
Cómo
introducir entonces algo de lo que no va, para que la interrogación tenga un
lugar. Contaré lo que considero un ejemplo: el hospital encargó al CEA unas
Jornadas sobre cuidados al final de la vida, tema actual y controvertido, ya
que coloca al profesional frente a una pregunta ¿Cuándo parar?
Mi propuesta
fue que los profesionales formalizaran algo del efecto que tiene para ellos
proporcionar estos cuidados, que se pudiera hablar de la angustia, las contradicciones,
los límites, de lo que no va y no tanto la aplicación de protocolos o de planes
de cuidados.
Fueron unas
Jornadas diferentes, desde luego sin tantas cifras, donde algunos de los
ponentes hicieron el esfuerzo de sostener una enunciación propia y cuyo efecto
se dejó sentir también en el animado debate que siguió a las presentaciones.
*Texto presentado en las X Jornadas de la ELP celebradas en Zaragoza en
2011
BIBLIOGRAFIA
-Psicoanálisis y salud mental. Eric
Laurent. Ed. Tres Haches
-Qué es la ética aplicada. Michela Marzano. Ed. Saber
-Ética Clínica. V.V.A.A.
Ed. Ariel
-Psicoanálisis y medicina. Intervenciones
y textos. Jacques Lacan. Ed. Manantial
-Bioética, Salud mental y Psicoanálisis. V.V.A.A. Ed. Polemos
-La deliberación moral: el método de la
ética clínica. Diego Gracia. “Bioética para clínicos” Proyecto del Instituto de Bioética
de la Fundación
de Ciencias de la salud
-Los fines de la Medicina. V.V .A.A. Cuadernos de
la Fundación Víctor
Grifols i Lucas nº11
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