Por Lierni Irizar.
El
estudio de diferentes teorías relacionadas con el ámbito médico me
ha permitido constatar que entre los saberes que hoy se ocupan del
estudio de la enfermedad (historia de la medicina, bioética,
filosofía, antropología), sólo el psicoanálisis se ocupa de la
cuestión del goce, concepto lacaniano que da cuenta de esa relación
tan compleja del humano con la satisfacción y que supone que no
siempre desea su bien, tal y como Freud lo planteó a través del
concepto de “pulsión”. Goce que permite comprender que más allá
de lo racional, hay aspectos inconscientes que rigen la vida de las
personas. El campo que más conozco, el del VIH, es un claro ejemplo
de las dificultades que plantea no tener en cuenta esta realidad.
Una
de las preocupaciones fundamentales en el campo del sida es la
prevención y más concretamente el fracaso en la prevención. Está
demostrado que sólo un pequeño porcentaje de personas informadas
sobre los mecanismos de transmisión del VIH y sobre cómo prevenirlo
modifican su comportamiento. Hay una conciencia clara de la
existencia de una brecha entre la información y la acción y que
muchas personas, a pesar de estar bien informadas, no practican sexo
seguro.
Este
problema se hace aún más patente ante la constatación de la
existencia de algunas prácticas como el “bareback” (bareback
sex, barsex o barebacking) que se refiere al sexo sin preservativo
practicado de forma intencional y premeditada entre las personas que
intervienen en dichas prácticas. Quienes lo practican utilizan el
término “a pelo” o “al natural”. Prácticas en grupo que
incluyen la presencia de alguna persona que vive con VIH y que se
convierten en un tipo de ruleta rusa sexual. Otra práctica es el
llamado “serosorting” que supone escoger a las parejas sexuales
en función de si están o no infectadas por VIH, de modo que quien
está infectado busca personas que compartan su situación y quien no
lo está busca parejas que tampoco lo estén. La elección se realiza
teniendo en cuenta la apariencia física de su posible pareja, la
información que se tiene de ella o preguntando directamente si está
o no infectada por VIH. Lo que se busca es tener relaciones no
protegidas. Son prácticas fundamentalmente desarrolladas entre
hombres que practican sexo con hombres, aunque no siempre, y se
afirma que van en aumento.
Los
motivos que desde las administraciones y muchas organizaciones
civiles se atribuyen para explicar este tipo de prácticas son: el
cansancio en la prevención, el relajamiento porque se ha cronificado
la enfermedad, es decir, que se ha bajado la guardia y/o el consumo
de drogas recreativas. Pero estudios cualitativos realizados con
personas que realizan dichas prácticas muestran que los motivos
expresados son mucho más variados y complejos: soledad y carencias
afectivas, búsqueda del príncipe azul que implica que cuanta más
gente se conozca más posibilidades de encontrarlo, como muestra de
amor, por erotización del riesgo, rebeldía contra las normas que
machacan continuamente el uso del condón, evadirse de la conciencia
de vivir con VIH y muchas más. Cada sujeto tiene al fin y al cabo
sus motivos.
El
modo en que las políticas e intervenciones en salud abordan este
problema es el de la incomprensión, el escándalo, la condena moral
o los intentos por “reeducar” o modificar las conductas.
Los
desafíos que plantea la prevención ponen en evidencia que las
campañas de información aunque necesarias no son suficientes cuando
lo que está en juego es el modo de goce de los sujetos que no es
alcanzado por dichas campañas. La información debe ser clara,
directa y precisa pero aun así hay que saber que la información de
un sujeto depende también de cómo se enlaza con otros aspectos
relativos a su organización libidinal, a su deseo y su goce que son
“saberes no sabidos”, es decir, inconscientes. El sujeto mantiene
una relación complicada con su satisfacción. El modo de goce del
sujeto, junto con otros factores personales y sociales, estaría
implicado en el hecho constatado de que la información sobre la
prevención nunca es suficiente.
Desde
la lógica sanitaria, las conductas de riesgo se consideran
irracionales o patológicas al suponerse que la protección de la
salud es lo más importante para un sujeto. El enfoque racionalista
que presupone que una correcta información lleva de inmediato a una
medida preventiva, fracasa al no tener en cuenta que en el sujeto
inciden, por un lado el imaginario social y los discursos sobre el
sida, y por otro la estructura inconsciente. Las campañas de
educación sanitaria se dirigen a un sujeto racional, monolítico,
que mantiene un control total sobre sí mismo, sus pasiones y deseos.
La hipótesis del inconsciente de Freud cuestiona esta idea al
plantear al sujeto como dividido, lo que implica un sujeto activo,
productor de sentidos que se construyen en base a lógicas diferentes
y que se inscribe en un determinado marco histórico-social. Este
sujeto estructuralmente dividido, en el que algo se satisface aun a
costa de su bienestar, es difícil de aceptar.
Es
necesario comprender los comportamientos individuales para propiciar
apoyo partiendo del interés por saber cómo son las personas, cómo
funcionan, y no cómo deberían ser. Por el contrario, los abordajes
actuales se suelen realizar mayoritariamente desde una perspectiva
moralizan.
El
psicoanálisis nos permite entender que la salud no es siempre la
prioridad para el sujeto. En ocasiones, es necesario todo un trabajo
previo sobre su vida, su sufrimiento, su síntoma, para que alguien
pueda hacerse cargo de las medidas preventivas que le permitan
protegerse y proteger a otros. Es fundamental tener en cuenta la
complejidad de lo humano, de su sexualidad y de la vivencia de la
enfermedad. El psicoanálisis nos enseña que el malestar, el
sufrimiento, la falta, forman parte de la vida humana y que solo uno
por uno, en la peripecia vital singular, es posible encontrar una
orientación para una vida vivible.
LIERNI
IRIZAR
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