Por Lierni Irizar.
El cuerpo ocupa un lugar destacado en nuestra
sociedad. La influencia de la biomedicina es fundamental en este protagonismo
actual del cuerpo. Una biomedicina centrada en el estudio y tratamiento del
organismo que nos suministra el modelo del cuerpo adecuado y que, al igual que
el capitalismo y la tecnociencia, rechaza la idea de imposible en una
aspiración imparable por mejorar la salud, prevenir enfermedades y prolongar la
vida. En este camino, nos encontramos con el desarrollo cada vez más
transparente del deseo de superación de un organismo considerado demasiado
frágil, fallido y desobediente al ideal de perfección contemporáneo. El cuerpo
se está volviendo obsoleto.
Este protagonismo del cuerpo aparece también en los
saberes de la época. Sin la pretensión de referirme a todos ellos, voy a tratar
de mostrar esquemáticamente hacia dónde y desde dónde se orientan algunas
propuestas que en la actualidad reflexionan sobre el cuerpo.
Siguiendo a F. Ortega[1],
podemos situar los discursos contemporáneos en diferentes puntos entre dos
extremos. En un extremo encontramos propuestas que conciben el cuerpo desde una
perspectiva materialista o esencialista. Incluiríamos aquí las propuestas que
entienden el cuerpo como meramente biológico, fruto de la evolución e
interpretado como texto genético. Propuestas biologicistas que consideran que
la esencia humana es información genética. Somos nuestros genes. La biología
identifica cuerpo y texto y siguiendo la metáfora, gracias a la actual
ingeniería genética, se plantea la modificación del código de la vida. Surgen
de este modo propuestas que hablan de una postbiología y postevolución. Se
pretende borrar los límites entre organismos ya que el gen es el elemento común
que opera en todos ellos y puede por tanto ser trasplantado. Las antiguas
fronteras entre animales, vegetales, humanos y máquinas pueden y de hecho son
derribadas[2]
y en consecuencia el cuerpo, el humano, la naturaleza, la evolución y la propia
muerte se convierten en algo obsoleto. Una de las propuestas más llamativas en
este sentido es la llamada filosofía transhumanista, que puede parecer
disparatada pero que como afirma J. Peteiro[3]
plantea un mensaje que está calando y que se está plasmando en diferentes
proyectos de investigación.[4]
El pensamiento transhumanista propugna el desarrollo de una nueva época
protagonizada por un nuevo ser, no ya humano, sino transhumano e imagina un
futuro inmaterial para la humanidad. El cuerpo es considerado no sólo superfluo
sino también un obstáculo. La imperfección no nos viene dada como seres
pensantes sino como cuerpos torpemente diseñados, anticuados para moverse en el
nuevo ambiente que se gesta a través de las nuevas tecnologías. Sus partidarios
se consideran inscritos en un nuevo paradigma que rechaza el anterior basado en
la idea de que la condición humana es constante. Buscan sustituir la evolución natural por el cambio
deliberado que se realizará gracias a la creación de órganos, la combinación de
genes entre especies y los avances tecnológicos ligados a las máquinas. La conciencia es lo único salvable y por tanto la muerte
del cuerpo y la transferencia de la conciencia a un sistema informatizado nos
llevarán a la inmortalidad, una de las metas del Transhumanismo. La muerte es
considerada una deficiencia fisiológica del organismo humano que puede ser
suplida por la eternidad cuando la
conciencia sea libre en el chip de un ordenador o cuando el cuerpo sea
criogenizado en espera de la existencia infinita. Se desea trascender la muerte
como límite máximo. Una vida eterna sin encarnación corporal.[5]
En el otro extremo, encontramos
numerosos discursos que desde la antropología y la perspectiva de género,
mantienen una posición constructivista del cuerpo. Según estos enfoques, el
cuerpo es considerado una construcción social, un mero envoltorio sobre el que
actúan los discursos y las prácticas sociales. El cuerpo es visto como una
construcción simbólica y no se tiene en cuenta ni lo carnal ni la experiencia del
mismo. Entre estas propuestas encontramos la interesante visión de Le Breton[6]
que analiza el modo en que hoy en día se construyen los cuerpos centrándose en aspectos
sociales, culturales y también biográficos. Más llamativas son las propuestas
que como la de Haraway[7]
plantean un proyecto de emancipación y liberación, en este caso de las mujeres,
a través de la creación de nuevos seres, cyborgs, que supondrían de hecho la
superación de las diferencias de raza, género y clase. Desde una visión
constructivista, su busca la creación de un nuevo ser para escapar a la
opresión. Un nuevo individuo no humano que gracias a la tecnología suponga una
simbiosis entre humano y máquina creando una nueva identidad. La identidad
cyborg.
Resulta curioso observar cómo en estas propuestas, teorías
constructivistas y esencialistas se dan la mano en el rechazo del cuerpo.
Frente a estos enfoques teóricos,
encontramos también propuestas fenomenológicas que sitúan al cuerpo como centro
de lo humano. El cuerpo es considerado la base de la acción y la experiencia.
Es la localización física desde la que hablamos, conocemos y actuamos y por
eso, toda acción es primero acción corporal. Se considera que el cuerpo moldea
el lenguaje y las estructuras racionales que utilizamos para comprender el
mundo y al mismo tiempo el cuerpo es penetrado también por las relaciones de
poder. La propuesta de F. Ortega se inscribe en este enfoque y
plantea el cuerpo como lugar central en el mundo que se experimenta como centro
de visión, centro de acción y centro de interés. El cuerpo que somos y tenemos
no es sólo un objeto de control y vigilancia, ni una construcción discursiva,
mediática o especular, sino el sujeto de la experiencia y de la acción. Es una
posición que tal y como Merleau-Ponty afirmaba, sitúa el cuerpo en el punto
cero de todas las dimensiones del mundo.
Considero que estos diferentes enfoques
teóricos pueden iluminar algún aspecto relacionado con el cuerpo pero creo que
la teoría lacaniana va más allá al plantear las tres dimensiones del cuerpo,
real, simbólico e imaginario. Las propuestas previas dejan de lado alguna de
estas dimensiones, y además, la fenomenología es cuestionada en su idea del
cuerpo como punto cero y como lugar de unidad[8].
Siguiendo a Lacan, para que haya cuerpo tiene que haber un viviente, un otro y
el Otro simbólico. No es por tanto el cuerpo el que moldea el lenguaje y las
estructuras racionales sino que es el lenguaje el que marca y moldea el cuerpo
y el sujeto.
Podemos afirmar que en la actualidad tenemos
dos visiones del cuerpo aparentemente paradójicas. Por un lado, el cuerpo como
lugar del mal, cuerpo despreciado que hay que remodelar y a poder ser,
eliminar. Es la idea que subyace en las teorías que consideran la encarnación
biológica como un mero accidente histórico y no como una característica
inherente a la vida. Por otro lado, nos encontramos con el cuerpo mimado,
cuidado, en el que el individuo busca su desarrollo y salvación. Se trata del
intento de suturar la falta, la división, lo inconsciente y lo pulsional por el
culto y cuidado del cuerpo. El cuerpo como respuesta a la división del sujeto.
Ante el Otro que no existe y la falta de los otros, lo que queda es la salida
por el cuerpo. Pero este cuerpo mimado es, además de objeto de mercado, un
cuerpo sometido a un proceso de transformación constante. Y de este modo la
paradoja se desvanece. El amor desmedido al cuerpo se revela como otra cara de
lo mismo: el rechazo del cuerpo vivo y por tanto, cuerpo de goce, que además se
deteriora, enferma, envejece y muere y eso, hoy, es cada vez más insoportable.
[1] El cuerpo incierto, F.
Ortega, 2010.
[2] En 1986 se produjo la fusión entre los reinos animal y vegetal cuando
el gen de la luz de las luciérnagas se introdujo en el código genético de la
planta de tabaco para conseguir que las hojas resplandecieran.
[3] El autoritarismo científico.
J. Peteiro, 2010
[4] Es el llamado enfoque Nano-Bio-Info- Cogno, NBIC.
[5] Página Web de la Asociación Mundial Transhumanista www.transhumanism.org
[7] Análisis en Ontología cyborg, T. Aguilar, 2008.
[8] Como afirma J. A. Miller en Biología
lacaniana, Lacan critica a Merleau-Ponty porque el cuerpo como lugar de
unidad es la identificación entre ser y cuerpo que implica de hecho borrar al
sujeto.
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